miércoles, 31 de octubre de 2012

Papa clausuró Sínodo convencido que la nueva evangelización dará frutos

Benedicto XVI dijo hoy (ayer) que las personas que se han alejado de Dios y ya no lo consideran importante han perdido "una gran riqueza, han caído en la miseria y se han convertido en mendigos de la existencia" y que por ello es urgente una nueva evangelización allí donde la fe se ha debilitado.
El Pontífice hizo estas manifestaciones en la clausura del Sínodo de Obispos para la Nueva Evangelización, en el que han participado desde el 7 de octubre 262 prelados de todo el mundo y del que se mostró convencido de que "dará frutos".
"Hay riquezas preciosas para nuestra vida, que no son materiales, que podemos perder", dijo ante varios miles de fieles en la basílica de San Pedro, ante los que recordó el pasaje evangélico del ciego Bartimeo caído en la miseria desde una posición de prosperidad.
Bartimeo -dijo- puede ser la representación de cuantos viven en regiones de antigua evangelización, "donde la luz de la fe se ha debilitado, se han alejado de Dios y ya no lo consideran importante para la vida".
"Son personas que han perdido una gran riqueza, han caído en la miseria no económica o de poder terrenal, sino cristiana, han perdido la orientación segura y sólida de la vida y se han convertido, con frecuencia inconscientemente, en mendigos del sentido de la existencia", afirmó.
El Romano Pontífice resaltó que esas personas tienen necesidad de una nueva evangelización, de un nuevo encuentro con Jesús, "el que puede abrirle nuevamente los ojos y mostrarles el camino".
El Papa manifestó que es "urgente" anunciar nuevamente a Cristo donde la luz de la fe se ha debilitado, allá donde el fuego de Dios es como un rescoldo que pide ser reavivado, "para que sea llama viva que da luz y calor a toda la casa".
Benedicto XVI aseguró que la nueva evangelización concierne a toda la Iglesia, que hay que acompañar con una catequesis adecuada la preparación al bautismo, a la confirmación y a la Eucaristía; reiteró la importancia de la penitencia e insistió en la santidad de los cristianos.
También dijo que la nueva evangelización está esencialmente conectada con la "misión ad gentes", entre las personas, y que existen muchos lugares en África, Asía y Oceanía en donde los habitantes, "muchas veces sin ser plenamente conscientes, esperan con gran expectativa el primer anuncio del Evangelio". "Todos los hombres tienen el derecho de conocer a Jesucristo y su Evangelio y el deber de los cristianos, de todos, sacerdotes, religiosos y laicos, es anunciarlo", afirmó con rotundidad.
Benedicto XVI señaló que la Iglesia debe usar nuevos lenguajes, apropiados a las diferentes culturas, para mostrar a Cristo.
El Papa resaltó que ha sido muy significativo el hecho de que este Sínodo coincida con el 50 aniversario del Concilio Vaticano II y con el Año de la Fe.

Por: Juan Lara, Periodista.

JUAN PABLO I: El hombre de la sonrisa de Dios-BIOGRAFIA.


Albino Luciani nació el 17 de octubre de 1912, en Forno di Canale (hoy Canale d'Agordo), por entonces un pueblecito de poco más de mil habitantes al norte de Italia, en la diócesis de Belluno.
Albino pertenecía a una familia humilde y de escasos recursos. Su padre, un hombre de carácter amable, era obrero. Habiendo enviudado en su primer matrimonio, se casó en segundas nupcias con una mujer muy piadosa y de firmes principios católicos. Aquel buen hombre, hasta entonces socialista, se comprometió a educar a sus futuros hijos en la fe católica.
En busca de trabajo, la familia Luciani emigró a Suiza. Años más tarde, el padre, de vuelta en Italia, halló trabajo en Murano —la isla de los vidrieros frente a Venecia—, en una fábrica de vidrio artístico.
Albino era el mayor de cuatro hermanos. Después de estudiar en el seminario local de Belluno, fue ordenado sacerdote del Señor el 7 de julio de 1935. Posteriormente se dirigió a Roma para continuar sus estudios teológicos en la universidad Gregoriana.
El año 1954 es nombrado vicario general de Belluno, y cuatro años más tarde el Papa Juan XXIII, en Roma, lo consagraba Obispo para la diócesis de Vittorio Veneto, cerca de Venecia.
En 1969 el Papa Pablo VI lo nombra patriarca de Venecia, y en 1973 es creado cardenal por el mismo Papa. A pesar de estos importantes nombramientos, Albino Luciani nunca perdió su característica humildad y sencillez: «¿Qué es eso de Príncipe de la Iglesia? Yo sigo siendo un seminarista», añadiendo luego con mucha naturalidad: «Hay obispos de muchos tipos. Algunos asemejan a las águilas que vuelan por las alturas con documentos magisteriales. Otros son jilgueros que cantan las glorias del Señor de modo maravilloso. Otros, en cambio, son simples gorriones, que lo único que saben hacer es piar desde lo alto del árbol de la Iglesia. Yo soy de estos últimos».
Su amor y solidaridad para con los más necesitados lo expresaba constantemente. Cuando en 1976 ofreció el producto de la venta de dos cruces pectorales —regalo del Papa Juan XXIII—, y un anillo —regalo del Papa Pablo VI— para ayudar a los subnormales, dijo a los presentes: «Es poca cosa por la ayuda que con esto puedo aportar, pero es mucho si nos ayuda a entender que el verdadero tesoro de la Iglesia son los pobres, los desheredados, los pequeños a los que hay que ayudar». Se situaba así en una trayectoria que impulsada en el mismo Señor Jesús ha avanzado constantemente a lo largo de la vida de la Iglesia.
El cónclave de agosto de 1978 fue el más grande hasta entonces —en cuanto al número de Cardenales asistentes—, y quizá también uno de los más breves. Al finalizar la primera jornada, el mundo entero sería sorprendido por la nueva elección, pues entre las infaltables cábalas y especulaciones, pocos habían fijado su atención en el patriarca de Venecia, tan poco conocido fuera de Italia.
El nuevo Papa elige entonces los nombres de sus predecesores inmediatos: Juan y Pablo. ¿Una señal de continuidad con respecto al camino emprendido por sus más cercanos predecesores? Ciertamente el nuevo Papa se mostraba como un "hombre del Concilio", porque era un hombre de la Iglesia, fiel a ella y fiel a Cristo, su Señor. "Su programa" sería el programa del Espíritu Santo, y él seguiría las líneas fundamentales de sus predecesores, como él mismo lo planteó. La elección del nombre —más allá de las conjeturas que podamos hacer— se debió a un gesto de profunda gratitud y de unidad cordial con sus predecesores:
«Ayer por la mañana fui a la Sixtina —decía el recién electo Pontífice— a votar tranquilamente. Nunca había imaginado lo que iba a suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, los dos compañeros que tenía al lado me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: "Ánimo; si el Señor da un peso, dará también las fuerzas para llevarlo." Y el otro compañero: "No tenga miedo; en el mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo Papa". Al llegar el momento he aceptado.
»Después vino la cuestión del nombre, porque preguntaban qué nombre quiere tomar, y yo había pensado poco en ello. Hice este razonamiento: "El Papa Juan quiso consagrarme personalmente aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente, en Venecia, le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia que todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros, las religiosas, todos. Pero el Papa Pablo no sólo me ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de San Marcos, me hizo ponerme completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre las espaldas. Jamás me he puesto tan colorado. Por otra parte, en quince años de Pontificado, este Papa ha demostrado no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan Pablo.
“Entendámonos, yo no tengo la sapientia cordis del Papa Juan, ni tampoco la preparación y la cultura del Papa Pablo, pero estoy en su puesto, debo tratar de servir a la Iglesia. Espero que me ayudaréis con vuestras plegarias”.
En otra ocasión decía el electo Pontífice: «Yo he sido y soy, y ante todo, un párroco. ¿Recuerda la parábola del Buen Pastor? Pues bien, ése ha sido siempre mi programa»...
El Papa Juan Pablo I se proyectaba como un hombre de diálogo, de escucha, y se mostraba en todo momento cercano, dialogante, tan conciliador como coherente, muy humilde y sonriente. Su tarea —así lo entendía él— era la del pastoreo de la Iglesia en fidelidad a lo que el Espíritu había ido suscitando ante los «signos de los tiempos». Para él la responsabilidad de gobierno era servicio: «Nosotros los obispos gobernamos sólo si servimos: nuestro gobierno es adecuado si se concreta en servicio o se ejerce con miras al servicio, con espíritu y estilo de servicio». Y servir es enseñar, exhortar, es guiar, ejercer la sacra potestad.
Hablando de las catequesis de los miércoles de Pablo VI, decía: «Trataré de imitarlo, con la esperanza de poder yo también de alguna manera ayudar a la gente a hacerse más buena. Pero para ser buenos es necesario estar en regla con Dios, con el prójimo y con nosotros mismos». En sus catequesis se trató de la bondad y la humildad, y luego de cada una de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad.
Sin embargo, Juan Pablo I, elegido por el Espíritu Santo para ser «párroco del mundo» en la sucesión de la cátedra de San Pedro, por los misteriosos designios de Dios sería llamado pronto a la Casa del Padre, el 28 de setiembre de 1978, habiendo transcurrido escasamente un mes de su pontificado.
Desde su aparición en los balcones del Vaticano, el Papa Juan Pablo I cautivó a todos cuantos contemplaban la escena. ‘El Papa de la sonrisa’, ‘el Papa de los niños’, como se le ha llamado, fue una respuesta generadora de entusiasmo. El Espíritu Santo que vela por la Iglesia suscitó a través de la elección del Patriarca de Venecia una corriente mundial de entusiasmo religioso, de fervor, de sencillez. El corto reinado del Papa Luciani fue como una muestra pública de que hoy, en medio de la secularización, en medio de los conflictos, de las traiciones de tantos, es posible ser cristiano; simple y sencillamente cristiano.
Esto fue Juan Pablo I: modelo de cristiano. Su atrayente figura; su palabra calma y segura; su doctrina firme, sólida, tradicional, devolvieron a muchísimos el entusiasmo que se había perdido en medio de la rebeldías y contestaciones que por doquier se venían levantando contra el anciano Pablo VI, quien fiel a sus intenciones y al llamado de Dios seguía predicando la sana doctrina sin que muchos le escucharan, y ante el entusiasmo de pocos. Al dejar la dolida y sufrida figura de Pablo VI a la esperanzadora y cálida imagen de Juan Pablo I, el mundo católico, el mundo de aquellos que buscan realmente ser fieles al Señor Jesús y al Evangelio íntegro, se alegró. Alegría nacida no por un rechazo a Pablo VI, a quien también se amó, y mucho, sino por la esperanza de luz, de orden, de paz que un nuevo hombre en la Cátedra de Pedro podía traer.
»La alegría y esperanza en torno a Juan Pablo I no fue vana. Su corto reinado, ¡su imperecedero reinado!, es un firme testimonio de ello. ¡Es posible ser cristiano hoy! ¡Es posible ser sencillo, humilde, comprometido con los que sufren, feliz, y ser al mismo tiempo consecuente testigo de la milenaria tradición católica! Pero, el Papa Juan Pablo I, que daba testimonio de este esperanzador mensaje, fue convocado por el Señor a su presencia. Y el mundo, una vez más, se detuvo ante la incertidumbre.
¿Quién podrá agotar los inescrutables designios divinos? Unas explicaciones y el percibir los signos de los tiempos nos hacen ver algo del misterio, profundizar un poco, y nos ayudan a avivar la confianza, pero alguna transitoria incógnita puede quizá aún quedar. ¡Y es que, precisamente, está en la naturaleza del misterio que no se agota! Ante ello, mostrémonos agradecidos por lo que comprendemos y recordemos que los caminos del Señor, ciertamente, no son siempre los caminos que según nuestro entendimiento o nuestro gusto serían los más lógicos o deseables. Sobre la importancia de este breve pontificado, aunque algo hemos podido intuir y barruntar, como lo hemos hecho a través de la cita, sólo Dios la conoce en plenitud. A nosotros nos basta lo que entendemos, y lo agradecemos de corazón.


Que este ejemplo de vida, marque la nuestra y nos ayude a ser cada día mejores cristianos creciendo en la humildad

LA FE NACE EN LA IGLESIA CATÓLICA, DICE EL PAPA BENEDICTO XVI


Continuando con sus catequesis por el Año de la Fe en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa Benedicto XVI resaltó que la fe nace en la Iglesia Católica, "conduce a ella y vive en ella".
Ante miles de fieles reunidos para la audiencia general de hoy, el Papa prosiguió sus reflexiones a partir de algunas preguntas: "¿la fe tiene un carácter sólo personal e individual? ¿Interesa sólo a mi persona? ¿Vivo mi fe por mi cuenta?".
Si bien "el acto de fe es un acto eminentemente personal, que tiene lugar en lo más profundo de mi ser y que marca un cambio de dirección, una conversión personal: es mi vida la que recibe un cambio de ruta", el Papa dijo que "la fe nace en la Iglesia, conduce a ella y vive en ella. Esto es importante recordarlo".
"En la liturgia del Bautismo, en el momento de las promesas, el celebrante pide manifestar la fe católica y formula tres preguntas: ¿Creéis en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?; ¿Creéis en Jesucristo? y, por último, ¿Creéis en el Espíritu Santo? Antiguamente, estas preguntas se dirigían personalmente al que iba a recibir el Bautismo, antes de sumergirse tres veces en el agua. Y aún hoy, la respuesta es en singular: ‘Creo’".
Pero esto, precisó el Santo Padre, "no es el resultado de mi reflexión solitaria, no es producto de mi pensamiento, sino que es el resultado de una relación, de un diálogo en el que hay un escuchar, un recibir y una respuesta, es la acción de comunicar con Jesús la que me hace salir de mi ‘yo’, encerrado en mí mismo, para abrirme al amor de Dios Padre".
"Es como un renacer, en el que me encuentro unido no sólo a Jesús, sino también a todos aquellos que han caminado y caminan por el mismo camino, y este nuevo nacimiento, que comienza con el Bautismo, continúa a lo largo de toda la vida".
El Papa explicó que el creyente no puede construir su "fe personal en un diálogo privado con Jesús, porque Dios me dona la fe a través de una comunidad creyente, que es la Iglesia y me inserta en una multitud de creyentes, en una comunión, que no es sólo sociológica, sino que tiene sus raíces en el amor eterno de Dios, que en Sí mismo es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es Amor trinitario".
"Nuestra fe es verdaderamente personal, sólo si es comunitaria: puede ser mi fe, sólo si vive y se mueve en el ‘nosotros’ de la Iglesia, sólo si es nuestra fe, la fe de la única Iglesia", precisó.
"Los domingos, en la Santa Misa, rezando el Credo, nos expresamos en primera persona, pero confesamos comunitariamente la única fe de la Iglesia. Ese ‘creo"’ pronunciado de forma individual, nos une al de un inmenso coro en el tiempo y en el espacio, en el que cada uno contribuye, por decirlo así, a una polifonía armoniosa en la fe".
El Catecismo de la Iglesia Católica, prosiguió el Papa, "lo resume claramente así: ‘Creer’ es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes. ‘Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por Madre’".
Tras recordar los inicios de la Iglesia con los Apóstoles que anunciaron el Reino de Dios superando el miedo, el Papa subrayó que "la Iglesia, por tanto, desde el principio, es el lugar de la fe, el lugar de la transmisión de la fe, el lugar en el que, mediante el Bautismo, estamos inmersos en el Misterio Pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo, que nos libera de la esclavitud del pecado, nos da la libertad de hijos y nos lleva a la comunión con el Dios Trinitario".
Benedicto XVI se refirió luego a la Tradición, que es "una cadena ininterrumpida de la vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebrar de los Sacramentos, que llega hasta nosotros".
La Tradición, dijo, "nos da la seguridad de que lo que creemos es el mensaje original de Cristo, predicado por los Apóstoles. El núcleo primordial del anuncio es el acontecimiento de la Muerte y Resurrección del Señor, de donde mana todo el patrimonio de la fe".
Recordando algunos pasajes del Concilio Vaticano II, el Papa explicó que "si las Sagradas Escrituras contienen la Palabra de Dios, la Tradición de la Iglesia la conserva y la transmite fielmente, para que los hombres de todas las épocas tengan acceso a sus vastos recursos y puedan enriquecerse con sus tesoros de gracia".
El Santo Padre destacó luego que "en la comunidad eclesial que la fe personal crece y madura". "Esto vale también para nosotros: un cristiano que se deja guiar y poco a poco configurar por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus limitaciones y sus dificultades, se convierte como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la transmite al mundo", añadió.
"La tendencia, hoy generalizada, de relegar la fe al ámbito privado contradice su propia naturaleza. Tenemos necesidad de la Iglesia para confirmar nuestra fe y experimentar juntos los dones de Dios: su Palabra, los Sacramentos, el sostén de la gracia y el testimonio del amor. Así nuestro ‘yo’ en el 'nosotros' de la Iglesia podrá percibirse, al mismo tiempo, destinatario y protagonista de un acontecimiento que lo sobrepasa: la experiencia de la comunión con Dios, que establece la comunión entre los hombres".
Para concluir el Papa Benedicto XVI dijo que "en un mundo donde el individualismo parece regular las relaciones entre las personas, haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para toda la humanidad".
Fuente: ACI Prensa.
Fecha: 31 de octubre de 2012.

sábado, 20 de octubre de 2012

EL AMOR O LA MUERTE ¿CUÁL MAS FUERTE?






Es fuerte la muerte, que puede privarnos del don de la vida. Es fuerte el amor, que puede restituirnos a una vida mejor. Es fuerte la muerte, que tiene poder para desposeer-nos de los despojos de este cuerpo. Es fuerte el amor, que tiene poder para arrebatar a la muerte su presa y devolvérnosla. Es fuerte la muerte, a la que nadie puede resistir. Es fuerte el amor, capaz de vencerla, de embotar su aguijón, de reprimir sus embates, de confundir su victoria. Lo cual tendrá lugar cuando podamos apostrofarla diciendo: ¿Donde están, muerte, tus embates? Es fuerte el amor como la muerte, porque el amor de Cristo da muerte a la misma muerte. Por esto dice: Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. También el amor con que nosotros amamos a Cristo es fuerte como la muerte, ya que viene a ser él mismo como una muerte, en cuanto que es el aniquilamiento de la vida anterior, la abolición de las malas costumbres y el sepelio de las obras muertas. Este nuestro amor para con Cristo es como un intercambio de dos cosas semejantes, aunque su amor hacia nosotros supera al nuestro. Porque él nos amó primero y, con el ejemplo de amor que nos dio, se ha hecho para nosotros como un sello mediante el cual nos hacemos conformes a su imagen, abandonando la imagen del hombre terreno y llevando la imagen del hombre celestial, por el hecho de amarlo como él nos ha amado. Porque en esto nos ha dado ejemplo, para que sigamos sus huellas. Por esto dice: Ponme como un sello sobre tu corazón. Es como si dijera: «Ámame, como yo te amo. Tenme en tu pensamiento, en tu recuerdo, en tu deseo, en tus suspiros, en tus gemidos y sollozos. Acuérdate, hombre, qué tal te he hecho, cuan por encima te he puesto de las demás creaturas, con qué dignidad te he ennoblecido, cómo te he coronado de gloria y de honor, cómo te he hecho un poco inferior a los ángeles, cómo he puesto bajo tus pies todas las cosas. Acuérdate no sólo de cuan grandes cosas he hecho para ti, sino también de cuan duras y humillantes cosas he sufrido por ti; y dime si no obras perversamente cuando dejas de amarme. ¿Quién te ama como yo? ¿Quién te ha creado sino yo? ¿Quién te ha redimido sino yo?» Quita de mí, Señor, este corazón de piedra, quita de mí este corazón endurecido, incircunciso. Tú que purificas los corazones y amas los corazones puros, toma posesión de mi corazón y habita en él, llénalo con tu presencia, tú que eres superior a lo más grande que hay en mí y que estás más dentro de mí que mi propia intimidad. Tú que eres el modelo perfecto de la belleza y el sello de la santidad, sella mi corazón con la impronta de tu imagen; sella mi corazón, con tu misericordia, tú. Dios por quien se consume mi corazón, mi herencia eterna. Amén.




sábado, 6 de octubre de 2012


¿Acaso se podrá encontrar un tesoro superior que a Cristo Amigo?  Contar con Cristo es lo mejor!